jueves, 28 de diciembre de 2017

KID CONGO & THE PINK MONKEYBIRDS. "HAUNTED HEAD" (2013). Deconstruyendo el garage rock


Kid Congo es un tipo con suerte. Y no solo porque haya tocado con algunas de las leyendas del rock alternativo de las últimos tres décadas (Gun Club, Cramps, Nick Cave & The Bad Seeds) sino porque también ha sido un superviviente de una generación en que vivió demasiado rápido (Jeffrey Lee Pierce y Lux Interior ya son cadáveres exquisitos y la heroína estuvo a punto de llevarse también a Nick Cave). En lo que no tuvo suerte fue en el aspecto comercial, pero cualquiera que conozca a Kid Congo sabe que él no es de esa clase de músicos... y aquí está este oscuro pero fascinante álbum, Haunted Head de 2013, para corroborarlo.

Congo, que fue guitarrista en las citadas bandas, pronto buscó construir su propio proyecto musical, primero junto a Patricia Morrison, bajista de Gun Club, con quien creó Fur Bible y luego en Congo Norvell, junto con Sally Norvell. Y ya a partir de la década pasada encabezó Kid Congo & The Pink Monkeys. De esta última formación he decidido comentar su álbum de 2013 porque es un buen ejemplo de como Brian Trsitan, alias, Kid Congo, parte de las raíces del punk (el garaje más sucio, el blues más oscuro y el surf rock más desquiciado) para subvertirlo y hacer que vuelva a sonar excitante a casi 40 años vista de la revolución del imperdible.

En casi todo el álbum predomina lo instrumental ya que Kid Congo la mayor parte de las veces recita más que canta. El primer ejemplo de esto es precisamente el primer corte, titulado "Lurch", un tema con un riff demoníaco envuelto en trémolos que recuerda al mismísimo Link Wray (como Congo, un guitarrista de ascendencia nativa americana). Las reverb, los ecos y la oscuridad del sonido recuerda a la crudeza de los primeros Cramps. Le sigue, "Su Su", un corte que mezcla el garage rock y el funk y en el que Congo también recita la letra. En este caso las referencias se orientan más a los Gun Club aunque a veces parece que uno está escuchando a los Fuzztones de Rudy Protrudy. Más en sintonía con el espíritu de los Nuggets y los Pebbles, "Killer Diller" suena como los Count Five recién lobotomizados compitiendo con los Leaves a ver quién hace la versión más guarra del "Hey Joe". Para subirse por las paredes. Por su parte, "I Don't Like" es pura mala hostia punk al estilo del 77, cuando el garrulismo punk derrochaba frescura y no se había convertido ruido monótono hecho por monjes vegetarianos.



Pero para inyección de anfetamina garagera "The Rad Lord Retun", un tema instrumental que recuerda a esos himnos moteros (como el "Blues Theme" de Dave Allan & The Arrows) de la segunda mitad de los 60 exquisitamente gamberros. Uno de los mejores cortes del disco. Le sigue el tema que da título al disco en el que Kid Congo y banda se aproximan al cow-punk denso y siniestro de Gun Club y descargando en mitad del tema una auténtica tormenta de electricidad al estilo de ese "Days of Wine of Roses" de The Dream Syndicate. Otro grandísimo tema de este disco.



"Lady Hawke Blues" es un blues instrumental, deconstruido, por así decirlo, y reducido a su mínima expresión. No hay nadie que cante pero sí un barullo de voces humanas de fondo. Aquí se ve la diferencia entre un grupo revivalista de las raíces del rock al uso y la intrépida propuesta de Kid Congo. Le sigue un esperpéntico tema surfero, "Let's Go", en el que el ex-guitarrista de Gun Club usa el espejo deformante del expresionismo estilo The Residents para conseguir partiendo de la tradición un producto único. Del mismo espíritu iconoclasta está imbuido "Loud and Proud", a medio camino entre el blues rock y el garage, está lleno de guitarrazos, acoples y voces reverberadas.



Mucho más elegante es "222", un tema hipnótico y bluesy de ritmo pausado sobre el que Kid Congo recita  con voz fantasmal. Y tras él llega otro punto álgido del LP, "Dance Me Swamply" un tema con un riff lleno de magia y misterio que recuerda a los Gun Club del The Las Vegas Story. Como dije, uno de los mejores temas del disco al que pone un suave punto final "Lamont's Requiem" con un toque de surf rock latino a lo Sentinels. Me corrijo: no es el último tema ya que hay un hidden track , una extraña pieza de doo-wop / surf vocal a la que se ha insuflado altas dosis de esa osadía sonora de la que los Residents hacían gala. Es la bala en la recámara de un músico que parece haber nacido para romper moldes.

domingo, 10 de diciembre de 2017

EL DÍA EN EL QUE EL ‘SOUL’ SE ESTRELLÓ EN UN AVIÓN

Diego A. Manrique
El País, 09/12/2017

Hace 50 años, se mató Otis Redding. Justo cuando planeaba un giro profesional que partiría del ‘(Sittin' on) the Dock of the Bay’, el tema que le daría un número 1 póstumo



El 10 de diciembre de 1967, el bimotor Beechcraft H18 de Otis Redding se estrelló en el lago Monona, en Wisconsin. Solo uno de los pasajeros sobrevivió. Las terribles fotos del rescate del cuerpo de Otis, un gigante todavía atado a su asiento, alentaron malsanas teorías conspirativas: había beneficiarios dado que todo lo que grabó para Stax se convirtió en oro. Universalmente, se sintió la frustración de verle desaparecer en la cima de sus poderes, con 26 años, interrumpiendo su proyecto de crecimiento artístico y autonomía profesional.

El avión facilitaba los desplazamientos de un artista que dejaba su base regional (el Sur de Estados Unidos) para atender a una demanda nacional. Aparte de comprar un rancho para su familia, Redding acababa de fundar una discográfica y una editorial, para lanzar a sus protegidos y cultivar repertorio nuevo. Según algunos, se le subió el éxito a la cabeza: “Ese negro ya no cabe en sus zapatos”, decían. Pero el Beechcraft tenía sentido incluso en términos simbólicos: Otis venía de una familia proletaria. Sabía que debía aprovechar la oportunidad: los artistas de soul trabajaban en el duro circuito chitlin’, por cachés modestos; Redding confiaba en establecerse en el mercado del rock, donde el trato y el dinero eran superiores.

No busquen motivos raciales o políticos: era una sensata decisión empresarial. Otis desarrolló su carrera en Stax, discográfica de Memphis cuyos dueños (blancos) fueron desplumados impunemente por los listillos neoyorquinos (blancos) de Atlantic Records. El truco consistía, debió de pensar, en esquivar a los tiburones de cualquier color.

En marzo de 1966, los artistas de Stax giraron por Europa y los Beatles enviaron sus limusinas a recoger a los visitantes sureños en el aeropuerto de Heathrow. Al mes siguiente, Otis incendió el Whisky A Go Go, el club más cool de Los Ángeles. Hubo muchos famosos entre los asistentes, incluyendo a Jim Morrison, cuyos Doors despedirían a Otis con el tema Runnin’ blue.

En 1967, Redding alcanzó una apoteosis en el Monterey Pop Festival. Venciendo sus reticencias —“¿qué es eso de actuar gratis”— arrasó ante el naciente movimiento hippy. Hasta se permitió una broma particular: “Esta es la multitud del amor, ¿verdad?”. En su Georgia natal, los conflictos no se resolvían con flores sino con negociaciones tácitas y, en último caso, a tiros.

El viaje a California le permitió parar unos días, alojado en un barco-vivienda en la bahía de San Francisco. Allí escuchó el disco Sgt. Pepper, de los Beatles; no era su música pero entendió que existían otras maneras de trabajar en el estudio. Sometido a un calendario implacable de bolos, Otis grababa deprisa y corriendo. Su tercer elepé, Otis blue, se hizo en poco más de 24 horas, con una parada para que la banda de acompañamiento actuara, como hacía cada noche, en un local de Memphis.

Carecía de pretensiones de artista. Sus elepés sumaban canciones propias, hits recientes, algún blues y —casi siempre— una composición de su idolatrado Sam Cooke. Si veía interesantes ideas ajenas, se las apropiaba: King & Queen, el chispeante álbum con Carla Thomas, ofrecía la traslación rural de los pulcros duetos de Marvin Gaye con diferentes compañeras del sello Motown.

Otis no tenía una voz tan cremosa como la de Cooke pero sabía sacarla provecho jugando con el fraseo y la dinámica. Si atacaba una balada, aumentaba paulatinamente la intensidad hasta llegar a una verdadera catarsis. En los temas rápidos, funcionaba como el equivalente de un lanzallamas. Asimilaba cualquier canción con facilidad: no había escuchado Satisfaction hasta que su mano derecha, el guitarrista Steve Cropper, le sugirió probarla. Era evidente la afinidad: los autores, Mick Jagger y Keith Richards, se resistieron inicialmente a editarla como single ya que se trataba de un ejercicio de estilo, la aproximación rollinstoniana al contundente sonido Stax.

No le valía cualquier cosa: Bob Dylan le llevó un adelanto de Just Like a Woman y Otis pilló enseguida el concepto. Sin embargo, cuando se enfrentó a la letra, se le atragantó el verso que mencionaba las anfetaminas. Como cualquier veterano de la carretera, conocía el speed pero su nombre oficial no le sonaba musical.

Otis sabía que necesitaba componer más. Solo o asociado a colegas, ya había facturado joyas como These Arms of Mine, I’ve Been Loving you Too Long o Respect (que rebotó, en forma de exigencia feminista, en la majestuosa voz de Aretha Franklin). En California le brotó una canción melancólica que luego remataría Steve Cropper, (Sittin' on) the Dock of the Bay.

En realidad, no se trataba de una ruptura tan radical: recordaba otra pieza introspectiva suya, Cigarettes and Coffee. La letra, eso sí, destapa el estado emocional de un trotamundos, cansado pero empeñado en mantener un rumbo propio. Entre olas y gaviotas, pasa revista a sus vivencias y se despide silbando, sin imaginar que se acababa su tiempo.

jueves, 7 de diciembre de 2017

THE SAINTS: PUNK DE LUJO DESDE LAS ANTÍPODAS

Carlos Gerona


“Era extraordinario poder ver a una banda tan anárquica y violenta”.
Nick Cave

The Saints es un grupo atípico. Desde la voz desgarrada y desgarradora de Chris Bailey al talento puro de Ed Kuepper, desde sus himnos punk a sus canciones más melódicas, tiernamente punks.

La banda fue la creación de los compañeros de escuela Chris Bailey, Ivor Hay y Ed Kuepper en la ciudad australiana de Brisbane allá por el año 1973, influenciados por el incendiario Rock´n Roll de Little Richard y similares. En la coctelera se agitaban bandas semilla de los primeros sonidos punks como The Stooges o MC5 junto a sudorosos covers de Del Shannon o Connie Francis entre otros. En 1974 cambiaron su nombre primerizo, Kid Galahad & The Eternals por el ya definitivo, The Saints. Tiempos acelerados, guitarras afiladas y una voz inclasificable fueron la tarjeta de visita de Bailey & Co. ante un público realmente hambriento que les adoraba. Ante la dificultad de conseguir bolos optaron por atrincherarse en su propia guarida, que llenaban en cada concierto, el 76 Club de Brisbane.

(I´m) Stranded, primer single Punk publicado fuera de los EE.UU en septiembre del 76

En 1976, en su propio sello, Fatal Records, publicaron el single (I´m) Stranded / No Time. Su éxito en el Reino Unido provocó el interés en forma de contrato por 3 discos de la mismísima EMI, tan querida por los Pistols, que acechaba el fenómeno en ciernes… En Febrero de 1977 se lanzó el LP (I´m) Stranded, con bastante éxito en Inglaterra y bastante ignorado en su tierra, pero que les llevó a telonear a los ACDC. Además del que dio título al álbum, sacaron otros dos singles, Erotic Neurotic y This Perfect Day, que llegó al nº 34 en listas y que, curiosamente, por fallo de EMI, generó más demanda que oferta, ya que no había discos para todos. Entre el 78 y el 79 lanzaron Eternally Yours y Prehistoric Sounds. En el segundo disco profundizaron en el sonido que le caracterizaba, incorporando secciones de viento a un punk enloquecedor y vibrante. Know your Product es el ejemplo perfecto de esto. Con Prehistoric Sounds, la banda se empezaba a romper, como siempre, por la lucha de egos entre Kuepper y Bailey, visibilizando la influencia hasta del jazz en sus canciones. EMI abandonó al grupo y mientras los derroteros de Bailey se decantaban por el pop-rock, Kuepper se intelectualizaba cada vez más hasta su abandono e la banda junto a Hay en 1979. Mientras Bailey se erigía en líder absoluto, Kuepper montaba los Laughing Clowns y Hay se incorporaba a los Hitmen.


A partir de aquí The Saints fueron moldeados de acuerdo al talento y carisma de Chris Bailey, con discos tan absolutamente fantásticos como Paralytic Tonight, Dublin Tomorrow , The Monkey Puzzle, Out in the jungle…where the things are so pleseant, All fools day o Prodigal Son. Bailey produciendo, con variopintas formaciones con gente del powerpop como The Innocents o The Jolt, invitados como Brian James, o tocando con miembros de The Sunnyboys o Birthday Party.

Estupendas canciones quedan en el camino como Ghost Ships o Just like fire would donde continúan viéndose los eclécticos gustos de Chris Bailey, los vientos, esa voz… Su reconciliación con el público australiano se produjo en 1989 con su versión de los también australianos Easybeats de The music goes around my head. En 1990 Raven Records publicó una recopilación de éxitos de la banda, Songs of Salvation and Sin 1976-1988, de relativo éxito, y que sirvió para que Kuepper se quejara amargamente de la utilización que Bailey hacía del nombre de los Saints, reivindicando su repertorio de forma vintage con su nueva formación pseudopunk, The Aints. Mientras, Chris seguía su itinerancia por Europa en sellos independientes como Mushroom o New Rose. Francia y Holanda fueron paradas también en la caótica trayectoria de The Saints, captando para la causa músicos locales.

En 2007 hubo reunión de la formación original para una serie de conciertos en Brisbane y otras localidades australianas, y desde aquí, reuniones puntuales de Kuepper, Bailey y Hay en algún bolo por su tierra y poco más. Aunque Bailey ha sacado otro disco en 2012, King of the Sun, y en 2013 se le ha visto en directo con su actual formación en un club londinense. ¿Continuará? La experiencia de escuchar a los Saints se aprecia ahora. Son una banda que no suena trasnochada y fuera de lugar, al contrario, su sonido violento y tierno, desgarrador y melódico no pierde un ápice, gana en cada escucha nuevos admiradores…

DISCOGRAFÍA BÁSICA:

1977: (I´m) Stranded

1978: Eternally Yours

1978: Prehistoric Sounds

1980: The Monkey Puzzle

1982: I thought this was love, but this ain´t Casablanca (Out in the jungle…where the things are so pleseant)

1984: A little madness to be free

1986: All fools day

1988: Prodigal Son

1997: Howling

1998: Everybody knows the monkey

2002: Spit the Blues out

2005: Nothing is straight in my house

2006: Imperious delirium

2012: King of the sun

miércoles, 6 de diciembre de 2017

JOHNNY HALLYDAY, POR LOQUILLO

Loquillo
Efe Eme, 06/12/2017


En junio de 2003, coincidiendo con su 60 cumpleaños, Johnny Hallyday se encerró durante cuatro veladas en el parisino Parque de los Príncipes con Francia rendida a sus pies. La noche exacta que Johnny cumplía su aniversario, el 15 de julio, entre el público se situaban Loquillo e Igor Paskual dispuestos a ver la luz… Listos para abrazar la fe del rockero francés por excelencia. Pero el Loco llevaba un encargo: contar lo que allí viviera en EFE EME. De primera mano. El resultado fue este texto publicado en papel en julio de aquel año. Cinco años después, Johnny Hallyday y Loquillo se encontrarían en el estudio de grabación.

La perspectiva de un fin de semana en Barcelona después de una serie de galas en el Levante no me seducía en absoluto. Las hordas pastilleras habían tomado mi ciudad. Como cada año el festival Sónar iba ha convertir las calles de Barcelona en una muestra de sectarismo vestido de música avanzada, como a ellos les gusta definirse, los DJs son unos tipos muy listos, en otras épocas uno se hacia DJ para ligar, ahora para levantarse una pasta y no repartirla con nadie. Como los neohippies no son de mi agrado y lo de sentarse en los cojines de los chill outs me parece más propio de aquellos que asisten a los conciertos del Papa, decidí hacer un acto de fe y viajar a París, porque París bien vale un concierto de Johnny Hallyday. Pero no podía ir solo, solo faltaría… A mi edad o no te mueves o no te aguantan, así que Igor se convirtió en la víctima propicia… acaba de incorporarse al grupo y no le haría un feo al jefe pensé, aparte… no tiene complejos ni prejuicios

Habían pasado diez años desde la última cita de JH en el Parque de los Príncipes cuando abriéndose paso entre la multitud llegó andando al escenario acompañado de su guardia pretoriana, el día en que toda Francia lloró cuando Sylvie descendió de un descapotable para cantarle al oído “Les tendrees annes”. Diez años que han significado mucho para Johnny; sus últimos conciertos en París, en el Olympia, y el espectacular show en la Tour Eiffel, donde medio millón de parisinos acudieron a la cita han situado a JH más allá de lo posible, encadenando hits que han dejado atrás las nostálgicas canciones que marcaron época en el rock europeo. Pero eso no es todo, su carrera cinematográfica va a la par con su reciente éxito en el film El hombre del tren, su aspecto físico lo convierte en un caso a estudiar del mismo modo que su voz, que suena mejor que nunca. Adorado por un público cada vez más numeroso e intergeneracional que ha convertido a JH en el más grande artista europeo no anglosajón.

JH dejó sin taquillaje cuatro veces el Parque de los Príncipes, a 55.0000 personas por día; su gira de los Estadios, que lo llevará a media Europa, está a día de hoy vendida y la prensa española sin enterarse de nada… Quizás el problema de JH sea que hace rock and roll francés.


París siempre será París pero encontrarte con pasquines en las calles donde el mismísimo ayuntamiento felicitaba a JH por su cumpleaños es para sentir una sana envidia de un país que cuida sobre todas las cosas a sus artistas y a su cultura. En toda nuestra estancia no escuchamos ni una sola canción en inglés en la radio, y en las cadenas por cable la presencia de artistas anglosajones no era ni mucho menos tan apabullante como en la madre patria.

Nuestro contacto en la Ciudad de la Luz nos había proporcionado el mejor sitio posible pasando un huevo de la zona vip; no tenía ganas de sentarme junto a los petardos de turno, los ministros entendidos o en este caso junto al presidente de la república… Así que Igor y un servidor nos encaminamos con nuestras mejores galas hacia la historia.

En los aledaños del Parque de los Príncipes se respiraba militancia, JH es el ultimo gran mito francés y todo el mundo es consciente de ello: hijos, padres, abuelos, nietos, ejecutivos, pandillas de motoristas... en todos mis años de rodaje jamás había visto una veneración igual por nadie, así que a medida que íbamos atravesando las distintas barreras de seguridad la emoción nos iba embargando. Todo el mundo llevaba su camiseta de JH: distintas giras, distintas portadas de discos y, eso sí, todo muy francés, com il faut. Cuando por fin conseguimos atravesar el umbral del estadio y llegar a nuestras localidades acompañados por un educado acomodador, no sabremos nunca si por nuestras pintas o por nuestras fama que atraviesa fronteras, nos encontramos con un público que nos venía a dar la mano porque alucinaban de que dos españoles fueran fans de JH. Igor y un servidor nos mirábamos atónitos y pensamos “están locos estos gabachos” en el mismo momento en el que el ex tenista Yannik Noah terminaba su partido, perdón, su actuación. Sí, el tipo que ganó Roland Garros ahora canta…

El corazón a mil por hora en el momento en el que una atronadora sintonía industrial anunciaba el inicio del concierto, más de cincuenta mil voces coreaban ¡Johnnyyyy! ¡Johnnyyyy! Con acento en la yyyyyy. Así fue como el cielo desveló el secreto mejor guardado: ¡Johnny se había convertido en Zyggy Stardust!

El semidiós descendió del Olimpo para compartir con los mortales dos horas de rock and roll made in france. Un brazo hidráulico trasladó a nuestro héroe, enfundado en una capa de cuero, desde mas de 50 metros de altura hasta depositarlo al borde del escenario mientras las cuatro pantallas situadas en vertical, en los laterales y en horizontal sobre el escenario, nos presentaban al protagonista de la noche con rictus y mirada impenetrable. Había que estar ahí para creérselo. En un momento, el escenario rompió, el suelo se abrió y desde las entrañas del Parque de los Príncipes la banda arrancó con los primeros acordes de “Que je t’aime”.

¿Y después de una entrada así, qué hacemos ahora?

El Boss a su lado parecía un artista de club y los Stones pueden aspirar a un palacio de deportes y el amigo Bowie ni te cuento… ¡Johnny es mucho “Joní”! El montaje no era de este mundo… el sonido rayaba la perfección sin perder nada de presión, las luces situadas estratégicamente en el estadio y entre el público creaban la imagen de que escenario y platea eran lo mismo, daba la sensación de ver dos espectáculos. Si sumábamos lo que nos ofrecían en las pantallas, diseños asimétricos a años luz de los dos cuadros habituales, muy superior a cualquier artista actual.

Con una imagen que recordaba al mejor Elvis de Las Vegas trasladado al siglo XXI combinó, solo o a dúo, canciones propias: “Quelque chose de Tennessee” junto a Renaud, “Pense à moi” con Florent Pagny, “J’oublierai ton nom” con Isabelle Boulay, “L’instinct” junto a Gerald de Palmas, “L’envie” con Patrick Bruel, intercaladas con adaptaciones de clásicos del rock and roll: “Fils de personne” de la Creedence Clearwater Revival, “Le Penitencier” de los Animals con un desarrollo en forma de bloques, baladas donde el sabor francés o italiano se daban la mano con el country, como n “Je te promets”. Las bases programadas en “Je n’ai jamais pleuré” daban paso a un set de rockabilly donde brillaban el contrabajo de Reggie Hamilton y la semibatería de Curt Bisquera y que cerraba una interpretación acustica del “Loving you” de Elvis ante más de 55.000 emocionados fans .

Al momento, y gracias a un sistema de iluminación que ocultaba los cambios de registro sin dar un segundo de respiro al espectador, una macro banda nos devolvía por un instante a su etapa más soul, con la adaptación de los Beatles en “Je veux te graver dans ma vie” o de uno de sus clásicos como “Essayer”. Los guitarrazos de Robin Lemesurier y Rejean Lachance nos trasladaban desde el sonido más contundente en temas como “Allumer le feu” al delirio colectivo de “Gabrielle” donde el público, mostrando sus muñecas, nos daba a entender que estaban encadenados a JH.

Una banda que se acomoda a los camaleónicos registros de un JH que a sus 60 años recoge toda la tradición del rock and roll y lo lleva mas allá… hacia el futuro. Con un perfecta combinación de luz, sonido y efectos junto a una mezcla de estilos apabullante sin que nada quede fuera de lugar ni tan siquiera la orquesta sinfónica de Francia, que gracias a unas plataformas deslizantes accedía al escenario.

Cerró el concierto con un tema de su último disco, “À la vie, à la mort”, llamado “M’arrèter là” donde se dejó acompañar por el piano de Yvan Cassar mientras el escenario se abría a sus pies y un halo de luz iluminaba su mano convertida en puño en el momento final con todo el Parque de los Príncipes en total oscuridad… Y, por supuesto, después de escuchar a toda Francia coreando el feliz cumpleaños de rigor.

60 años, con un par de huevos, sí señor.

“¡Quiero más!”, gritaba Igor; “¡Johnnyyyyy!”, gritaba una joven pareja de rockers… Yo, hacía más de una hora que me había quedado mudo. El rock and roll no deja de sorprenderme, cuando esperas ver a una estrella clásica, con su repertorio de siempre y un sonido estándar y decides cumplir con tu pasado, va y te dan una hostia en la cara.

El Parque de los Príncipes se estaba vaciando rápidamente y nosotros, como dos fans iluminados, habíamos olvidado nuestras obligaciones. La vuelta al hotel se iba a convertir en una aventura, atrapados por la emoción habíamos faltado a la cita con nuestro hombre en París.
—¿Y ahora qué?
—Confía en Johnny.
—Estamos a tomar por culo…
—Él proveerá.
A los veinte minutos de iniciar la caminata junto a miles de parisinos, un taxi vino a dejar pasaje justo delante de nuestras narices. Al pasar por delante de una Tour Eiffel que nunca había estado mejor iluminada, Igor y yo nos dimos la mano.
—Feliz cumpleaños, Johnny.

Ya de regreso, nos detuvimos en Montmatre, un breve paseo hasta Pigalle, empezaba a clarear… Las chicas e la noche nos animaban a entrar en los clubs que todavía quedaban abiertos y los travestis nos llamaban, “¿italianos?”…

Al llegar al hotel un soplo de nostalgia. Miré por la ventana de mi habitación en el Royale… Y por un momento recordé la canción de Dutronc: “A les cinc heures Paris s’eveille”.

martes, 5 de diciembre de 2017

THE TELESCOPES. MÁS ALLÁ DE LA VISIÓN NATURAL

David Saavedra
Rockdelux nº 365, octubre 2017



La (falsa) banda de Stephen Lawrie emergió como una de las grandes promesas del noise británico y desapareció para operar desde los márgenes de la industria, fiel al más indomable espíritu independiente. Con “As Light Return” (2017) como último álbum publicado –y otro ya grabado–, The Telescopes cumplieron treinta años de vida. David Saavedra repasó con Lawrie una trayectoria única.


“Lo que me motiva a hacer música hoy en día son las mismas razones que he tenido desde el principio: cómo relacionarme con el mundo que compartimos”, afirma Stephen Lawrie a través del correo electrónico. El británico formó The Telescopes en 1987, en la localidad de Burton upon Trent, abducido por The Velvet Underground, Suicide y 13th Floor Elevators, y rápidamente alineado en la misma camada de neopsicodelia, noise y pre-shoegazing de Spacemen 3, The Jesus And Mary Chain, My Bloody Valentine o Loop, con quienes debutaron en el split single “Forever Close Your Eyes” (1988). Su primer álbum, “Taste” (What Goes On, 1989), fue considerado un clásico automático en aquella escena, de la que acabarían desapareciendo para operar desde las sombras. Tres décadas después, ahí siguen. “Para mí todo esto es una compulsión. Nunca me he sentido seguro de nada en mi vida, pero siempre he visualizado a The Telescopes como una persecución que duraría siempre”, afirma el músico. “Intento hacer música que aguante escuchas repetidas para que el oyente pueda encontrar siempre algo nuevo en el sonido. Procuro que ni el éxito ni el fracaso nublen mi foco demasiado y poder seguir aprendiendo. Lo más importante de todo es mantenerse inspirado”.

Frente a muchos de los grupos de su generación, que se disolvieron en algún momento de los noventa para regresar posteriormente como cabezas de cartel en grandes festivales, The Telescopes siempre han buscado otra forma de operar, ajena a las modas e inercias de la industria. “La nostalgia no está en mi radar”, apunta Lawrie. “No es que no reconozca mi fondo de catálogo, pero prefiero vivir en el presente y mantener las cosas en movimiento. Supongo que en una banda que se reforma después de una larga ausencia se debe esperar cierta nostalgia, que puede ayudar a encontrar una nueva vía futura, pero también puede suponer una muerte lenta”. Sabe de lo que habla, porque su proyecto también vivió sus años de silencio después de una época en que parecía estar en el lugar adecuado.

A principios de los noventa, Alan McGee lo fichó para Creation y publicó su segundo álbum, “The Telescopes” (1992), más aplacado y atmosférico. “Guardo recuerdos muy cariñosos de aquel tiempo; el trabajo era duro, pero lo pasamos en grande”, comenta el músico, que entonces compartía sello con MBV, Ride, Slowdive, The Boo Radleys y Primal Scream, entre otros grupos. Luego llegó Oasis y cambió las reglas del juego: el britpop relegó al shoegazing al olvido y, con ello, The Telescopes fueron una de las bandas que desaparecieron. Su factótum relativiza este factor ambiental. “En retrospectiva, pienso que me quemé, por muchas razones. Había compuesto muchas canciones en un período bastante corto de tiempo, las de los dos primeros álbumes y otros temas que podrían haber llenado dos más y que acabé utilizando en EPs. Además, empecé a usar samplers Akai y adquirí mucho interés en secuenciar. The Telescopes se estrellaron y yo me quedé sin recursos, hasta que el software se volvió más accesible a finales de los noventa y fui capaz de seguir con mi inspiración. Si escuchas el EP de rarezas en thetelescopes.bandcamp.com –se refiere a “Rare Studio Out Takes. 1990-93” (Autoeditado, 2013)–, ahí fue donde lo dejé en 1994, pero sobre la misma época conocí a Randall Nieman de Füxa y colaboré en algunos de sus discos. La música que hicimos juntos me inspiró para volver donde lo había dejado con The Telescopes y empezar a pensar en hacer otro álbum” – “Third Wave” (Double Agent, 2002)–. Desde entonces, ha seguido grabando con cierta regularidad. Seis discos más llegaron hasta el reciente “As Light Return” (Tapete-Gran Sol, 2017), y hay otro ya finalizado, según él mismo confirma. “Será diferente a los dos últimos. Lo compuse, toqué, produje y arreglé todo yo mismo”.

Otra de las peculiaridades de The Telescopes es que, como se puede desprender fácilmente de lo leído hasta el momento, nunca ha sido un grupo estable. “En lo que se refiere al formato de directo, son casi siempre las circunstancias las que dictan cómo van a ir las cosas, dependiendo de quién está disponible y del presupuesto que tengamos. Hasta cierto punto, lo mismo se puede aplicar a las grabaciones. No es una decisión consciente que las cosas fluctúen; se trata más bien de una situación en la que encuentras la mejor manera de trabajar con lo que se ponga a tiro”. En sus dos últimos álbumes, de hecho (el anterior es “Hidden Fields”, publicado por Tapete en 2015), ha utilizado como banda de acompañamiento a los escoceses St Deluxe. “No tocamos juntos en directo tanto como nos gustaría, ya que ellos están comprometidos con su propia música. La mayor parte de los conciertos ahora los hago con John Lynch a la batería y Dave Gryphon al bajo, y los guitarristas van cambiando. También grabo y toco en vivo con miembros de LSD And The Search For God, de California, y Flavor Crystals, de Minnesota, y a veces con un híbrido de ambas bandas”.


¿Esa inestabilidad e imprevisibilidad le resultan más adecuadas para encontrar la inspiración de modo menos acomodado? “Creo que la inspiración en sí misma es esquizofrénica y caótica, y esa es la naturaleza de The Telescopes. Es una casa con muchas habitaciones. El espíritu unificador es la intención de crear una experiencia de escucha que llegue más allá de la esfera de la visión natural. Lo que salga de los altavoces es la principal prioridad”, sostiene Lawrie, una de esas personas que persiguen que su música sea una forma de arte, “como cuadros o películas creadas en el sonido”. De hecho, en este milenio ha alternado trabajos más orientados al formato canción con otros más tendentes a la improvisación ruidista, para lo que utiliza todo tipo de objetos que tenga a mano. “Cualquier cosa puede ser un instrumento. Todo puede ser usado musicalmente”, concede él.

A partir del 31 de octubre, The Telescopes ofrecerán una gira por seis ciudades españolas. Afirma su líder que en esos conciertos habrá “música del pasado, el presente y el futuro” de la banda, pero no puedo evitar recordarle su primer concierto en Madrid. Fue muy tardío, el 9 de mayo de 2012, en la sala Boite. Finalizaba mi crítica para Rockdelux escribiendo: “Supongo que los que se marcharon utilizando la palabra ‘timo’ buscaban el confort de una recreación más o menos estandarizada de sus temas más conocidos. A mí, en cambio, la sensación de confusión generada me resultó mucho más creíble: arte desafiante por encima del comercio y una forma visceral y no pactada de reaccionar contra el tiempo en que vivimos. Al principio, el rock independiente era esto”. Lawrie: “Recuerdo que hicimos un set completamente improvisado. No buscaba de modo intencionado crear ningún conflicto interior en nadie; simplemente era donde se encontraba mi inspiración en aquel momento. Fue la primera y única vez que tocamos con aquella formación (que incluía, por cierto, al catalán Arnau Obiols, también miembro de TV Personalities), una apuesta que no sabíamos si funcionaría o no en una época de transición para The Telescopes, ya que estaba evolucionando desde la improvisación pura y comenzando a escribir canciones con un sonido más de banda en la cabeza”.

Una recapitulación final: “The Telescopes vendieron más discos en los noventa que ahora, pero diría que su música ha llegado a más gente hoy que entonces, cuando solo había una gira y unas pocas fechas en festivales fuera del Reino Unido. Ahora recibo constantes invitaciones desde todo el mundo. También he podido escuchar bastantes versiones de mis canciones en los últimos veinte años, y muchas de las nuevas bandas que conozco me dicen que The Telescopes han sido una influencia para ellos”, celebra Lawrie.