lunes, 25 de julio de 2016

HUERCASA COUNTRY FESTIVAL 2016, BRILLAN RYAN BINGHAM, MAVERICKS, WHITNEY ROSE, SAM OUTLAW Y MANOLO FERNÁNDEZ

La Ganzúa, julio 2016
Texto: Robin Drake (de Chisum Cattle Co). 
Fotos: Robin Drake / Riaza, Segovia

Ryan Bingham

El Huercasa Country Festival (HCF) se consolida año tras año. Ya es todo un referente tras tres ediciones. El ambiente familiar es su gran aliciente, se puede ir con toda la familia, todos tienen su espacio y sus actividades. Es un festival que hace suyos los valores que transmite la música country: vida sencilla, sana, familia, amigos... 

Además de tener banda sonora propia, Huercasa Moonshine, el cartel de este 2016 ha incluido conciertos de The Mavericks, The Turnpike Troubadours, Ryan Bingham, Sam Outlaw, Whitney Rose y la HCF All Stars Band, entre otros alicientes.

El HCF se desarrolla en dos escenarios en Riaza [Segovia]. El principal, en el recinto del Campo de Fútbol Municipal Las Delicias, y luego el palco secundario, en la Plaza Mayor de Riaza, donde el sábado a la mañana hubo un concierto gratuito y clases de baile en línea, Country Line Dance.

Esta tercera edición el HCF ha superado con creces a otras. Este festi crece exponencialmente, mejorando en organización, actividades, cartel... En 2015 hubo colas para pedir tickets, cerveza y hamburguesas pero este año la organización lo ha solucionado sin apenas esperas. Además, en todos los mostradores y barras atendían con una gran sonrisa y amabilidad. El aparcamiento también estuvo bien organizado, con mucho personal indicándote dónde dejar tu coche para no ir muy lejos. En el Huercasa Country, sentados en gradas, de pie o tumbados en el césped, se está muy cómodo, con todo a mano. Y por si fuera, poco nos acompañó una temperatura estupenda.

Juan Carlos Esteban (The Widow Makers) y Manolo Fernández (Radio 3)

Viernes por la tarde. Cartelazo compuesto por la HCF All-Stars Band, Ryan Bingham y The Turnpike Troubadours.
Tras la apertura de puertas a las siete de la tarde, hasta que empiezan los conciertos, hay un DJ de lujo: Manolo Fernández, locutor al frente del programa Toma Uno, los sábados y domingos a las 13 h. en Radio 3. Todo un maestro. Mientras él pone música, disfrutamos de la restauración y el buen ambiente viendo a los aficionados al baile en línea hacer sus coreografías, animando a todo el público a unirse.

La HCF All-Stars Band, grupo que se crea y disuelve para cada edición del HCF, reune a grandes del panorama nacional e internacional, este año con Jeff Espinoza como frontman. Jeff ha estado en muchas bandas, y ahora da caña junto a Francisco Simón en Red House. Simón, guitarrista, productor, compositor muy respetado, también es parte de esta All-Star junto a Juan Carlos Esteban (frontman de The Widow Makers), Gene Taylor, Ezequiel Navas y Manuel Bagüés.

Abrieron el festival a lo grande con un concierto animadísimo, desgranando versiones de clasicazos como "Country Roads", "On the Road Again", "Hello Mary Lou" o "Take it Easy". Y a los coros: el propio Manolo Fernández, divertido, entrañable, cañero.

Tras ellos llegó Ryan Bingham, ganador del Oscar a la mejor canción por la película The Weary Kind (Corazón Rebelde, Crazy Heart, protagonizada por Jeff Bridges). Brilló al presentarnos su último disco, Fear and Saturday Night, compuesto en su vieja caravana, aparcada y aislada del mundo en las montañas de California. Salió al escenario acompañado de su guitarra acústica y dos compañeros a la guitarra eléctrica y el fiddle. Sin más, sin bajo y sin batería. Emocionaron. Y mucho. Bingham es el prototipo de artista poeta que desgrana en el escenario un retrato profundo de sí mismo. Y pese a estar en un recinto tan grande, ofreció un concierto muy cercano, lleno de matices, de profundidad. Una maravilla.

The Turnpike Troubadours cerraron este primer día derrochando enorme potencia en directo. Combinan sus influencias básicas de country y bluegrass con rock enérgico, con su característico Red Dirty Music. Sonidos de fiddle, banjo, armónicas, steel guitar... marcaron este trepidante fin de fiesta, ideal para acabar bailando este viernes y hacer que nos fuéramos con ganas de mucho más.

Sábado por la mañana. La jornada tiene una pinta increíble con Whitney Rose, Sam Outlaw, y The Mavericks.

El auténtico ambiente country que se forma en la Plaza Mayor de Riaza hay que vivirlo. Festivo, divertido, con cerveza a raudales para combatir el calor, es perfecto. Toca bailar Line Dance Country bajo las instrucciones de Carolyn Corbet, de Western Pacific. Ver esta preciosa plaza a rebosar de sombreros es un espectáculo increíble. Y además es la actividad que el HCF ofrece de manera gratuita, para que no se pueda tener ninguna excusa para poder disfrutar del ambiente tan especial que se forma en Riaza. Por un fin de semana, esta bella villa Segoviana nos transporta al sur de USA.



 Whitney Rose en pleno concierto arropada por Raul Malo (líder de los Mavericks)

Whitney Rose, canadiense que cuenta con dos discos, emocionó a Raul Malo al ser telonera de los Mavericks (que ñel lidera), y la ayudó a grabar su último disco, Heartbreaker of the Year. Y precisamente la banda que la acompaña en el Huercasa son los Mavericks, todo un lujazo. Cantante por descubrir en muchos circuitos, todo el público se enamoró de ella, de una bellísima voz y su precioso sonido folk.

Y luego: Sam Outlaw. En el Huercasa Country 2016 nos defiende a banda completa su Angeleno, su nuevo disco de estudio. Él mismo define su sonido como SoCall country, música country con los sonidos de la costa Oeste, Bakersfield, Honky Tonk, con espíritu californiano. Sam ofrece un concierto íntimo, cercano. Es un músico conocido por los aficionados a la americana, y el público se entrega a su música, coreando sus letras.

Y así llegamos a The Mavericks, encargados de cerrar el festival a lo grande, y de forma muy divertida. Con una puesta en escena espectacular, los de Raúl Malo sellan el fin de semana haciendo que todo el mundo baile como loco, y quesalga con una sonrisa... dejando a todo el mundo con ganas de seguir.

En fin, al ritmo que va cada año, yendo a más, tras este tercer año de vida que ha sido espectacular, queda claro que el Huercasa Country Festival es una cita ineludible para todos los veranos. Apuntadla en la agenda. Es una apuesta segura.

domingo, 24 de julio de 2016

ADIÓS AL MOTORISTA FANTASMA: ALAN VEGA NOS HA DEJADO

Hipersónica, 18/07/2016

[Otro de los grandes que nos deja. Vaya año llevamos.]



Cantante de Suicide, murió con 78 años.

Se va formando ante nosotros una densa niebla, imposible vislumbrar nada en el horizonte por el espeso humo que nos rodea. La tensión se acrecienta con un repetitivo y machacón patrón rítmico producido por una caja de ritmos, nos rodea todo tipo de sonidos oscuros y fríos hasta que, finalmente, surge una poderosa fuerza magnética hacia la que nos sentimos atraídos, a la que nos acercamos a pesar del temor. Esa fuerza magnética es un grito, el alarido de Alan Vega relatando la locura de un hombre que, tras haber asesinado a su mujer y su hijo, se quita la vida. A pesar del aterrador relato, la energía de Vega nos invita a seguir profundizando en las tenebrosas profundidades de ‘Frankie Teardrop’. Martin Rev va produciendo sonidos que nos ponen en tensión con sus sintetizadores, y Vega nos hiela la sangre definitivamente con su interpretación.

Hemos recorrido ya casi todo el cancionero de Suicide (Red Star, 1977), la primera referencia homónima de la banda conformada por Rev y por Vega, y sentimos que ya hemos pasado por todo un mundo. El espíritu árido y transgresor de la obra dificultaba su triunfo entre el gran público, aunque su atrevimiento y su profundidad lograron elevarla a la categoría de culto. El trabajo de Suicide no fue aclamado masivamente, pero sí reverenciado y agradecido por artistas que supieron recoger su influencia. El éxito no estaba reservado para Alan Vega, pero tampoco se preocupaba tanto por llegar a ser coreado por grandes cantidades de público, sino más bien por llegar a ser significativo. Desde que realizaba actos vandálicos en museos y se llegó a atrincherar en el MoMA en Nueva York, el joven Vega buscaba una manera de dar rienda suelta a su visceral expresividad y su inquietud artística hasta que le llegó la epifanía tras ver una salvaje actuación de unos tales The Stooges.



Poco después conoció a Martin Rev y pronto se juntaron para experimentar y producir música juntos. Fueron incorporando otros miembros y juntos realizaban unos conciertos bastante controvertidos y provocativos, recibiendo muchos abucheos de gente que no comprendía la transgresión que estaban presenciando. Eso cuando no se daban de tortazos entre ellos. Finalmente, sólo Rev y Vega se mantuvieron bajo el nombre de Suicide, pero se mostraron firmes a la hora de mantener su etiqueta de “punk music” allá por donde pisaran. Ninguna otra banda había llegado a denominarse de esa manera y ellos lo portaban con orgullo.

La sociedad entre ambos se conjuntaba casi a la perfección. Martin inundaba la estancia con sus ritmos minimalistas y los sublimes sonidos que generaba con sus sintetizadores mientras que Vega se encargaba de aportar el toque incendiario e irreverente que elevaba al grupo de la categoría de interesante a esencial. Su primer disco es, casi con seguridad, una de las mejores muestras de expresión artística y visceralidad que se puede echar uno a los oídos, incluso hoy día. Esa capacidad para conmover e impresionar sería todo un hito en la cultura pop, encontrando una más que digna continuación unos años después en su segundo esfuerzo homónimo (Ze, 1980).


La historia de Alan Vega no se terminaría ahí. Su llama era demasiado pasional e intranquila para quedarse únicamente poniendo la garra en las piezas que creaba junto a su compadre. El magnetismo y la fogosidad eran los que ponía el espíritu del rock and roll en las composiciones de Suicide. Un espíritu que tomaría las riendas en la carrera en solitario del cantante, tanto en el esfuerzo homónimo (PVC, 1980) como en el aún más notable Collision Drive (Celulloid, 1981), trabajos muy teñidos por el espíritu rockabilly que, aun así, daban alas a que el neoyorquino pudiera poner el toque histriónico y desatado que también exponía en su banda principal. Hasta se sacó un disco de hits como Saturn Strip (Elektra, 1983) que lo tenía todo, una simbiosis de rock y synthpop hecha para triunfar.

Grandes hitos de una carrera que ha llegado a ser muy significativa en la historia de la música. Una de esas que logran dejar huella y, a través de su influencia, marcan nuevas iniciativas y propuestas sonoras que perviven a día de hoy. Hoy muchos de los que se han visto impactados por su música tienen que lidiar con la triste noticia. Alan Vega falleció tras 78 años de vida y una carrera única que le mostraba de cara al público como una figura transgresora, atrevida, como un modelo a seguir o, al menos, uno muy a tener en cuenta. Si Luke Haines habla así de él, no era por decir.

lunes, 18 de julio de 2016

WILCO SACA A LA LUZ UNA NUEVA CANCIÓN: "LOCATOR"

Para celebrar que hace ya un año que salió su disco "Star Wars" Wilco ha sacado a la luz un tema que se puede descargar gratuitamente en su página web. También se puede escuchar en YouTube en el canal de Anti Records. Lo cuelgo a continuación.

domingo, 17 de julio de 2016

JASON MOLINA, UN GÓTICO TARDÍO

Beatriz G. Aranda
Rockdeluxe, 20/03/2013



Jason Molina, fundador de Songs: Ohia (en activo entre 1996 y 2003) y Magnolia Electric Co. (proyecto que alternó con discos bajo su propio nombre a partir de 2003), falleció, con 39 años, el 16 de marzo de 2013. Tenía graves problemas de salud debido a su adicción al alcohol. Beatriz G. Aranda despidió con este artículo a uno de los compositores e intérpretes más carismáticos de una generación de excelentes creadores que ayudaron a reinventar la tradición norteamericana del folk.

No hay duda del peso que Jason Molina (1973-2013) tiene en el folk norteamericano de los últimos quince años. Ocupa algún puesto entre los diez primeros monsters of folk, junto a Jeff Tweedy, Vic Chesnutt, Damien Jurado, Bill Callahan, Matt Ward y Mark Kozelek, entre otros. Pero la naturaleza exacta de esa influencia es, en su caso, difícil de definir. Gran parte de la obra de Jason Molina no es tan seductora como la del resto de compañeros de generación. En la manera de su expresión y en el oscuro manejo de los sentimientos, de los sonidos, de la libertad y de la suerte –las aves, búhos y cuervos vertebran las portadas y canciones de los tristes y fantasmagóricos trópicos en los que se mueven sus versos– que asumen sus discos, el oyente ha de exigirse un empuje extra: es un empezar cada vez, en cada canción, porque la derrota sucede profundamente. No pasa siempre, te dices; no es en todas partes, es aquí y ahora cuando he de quedarme deshecho y aturdido: la vida es esencialmente injusta. Pero la dificultad misma –también a la hora de leer las walserianas letras manuscritas de los libretos– puede ser parte del hechizo.

Una canción de Jason Molina es inconfundible; posee una envergadura austera, solemne, que alcanza su punto culmen cuando, alejado del micrófono, sigue cantando a modo de lamento: sabes que eso es una toma, una cualquiera de otras que han tenido lugar, casi siempre con Steve Albini al otro lado del cristal –los casi diez minutos de “Pyramid Electric Co”, canción que avanza a latigazos, deberían servir y sirven de muestra, pero también los crótalos y arreglos fantasmagóricos que empujaron al crítico de ‘Mondosonoro’ que firmó la reseña de “Ghost Tropic” (Secretly Canadian, 2000) a definirlo como “uno de los ejercicios musicales más destructivos de todos los tiempos”, nada menos–. Al tiempo que Molina parece observar las convenciones más clásicas del género, se permite bruscas intervenciones en forma de encuentros (inolvidable con Aidan Moffat de Arab Strap), batallas épicas encerrado con su guitarra en una habitación o afrontar el amor contra el amor alejado de cinismos.

Sus pocos pero muy fieles seguidores–echar un vistazo al foro de su página web da la medida de esa intensa conexión, especialmente en los meses de 2010 cuando las noticias sobre su estado de salud escaseaban– conocían de sobra su extraña capacidad para transmitir el latido y la zozobra del sentimiento humano. Eran los “cortavenas”, especímenes que se aposentaban en torno a los puestos itinerantes que Green Ufos dibujaba por los festivales, la última vez en la edición de 2009 del Primavera Sound, cuando a eso de las seis de la tarde y, bajo un sol sin matices, se buscaba el sombrero de ala grande que acaba de bajar del escenario.



Jason Molina, nacido en Lorain (Ohio) en 1973 y nieto de un minero asturiano (no hablaba nuestro idioma, pero algo profundo e inefable le unía a nuestro país: en Holanda, una tarde de noviembre dibujó un castillo español a quien esto firma sobre la portada de uno de sus discos “porque siempre están en lugares desde donde se ven bien las estrellas”), tenía a sus 39 años serios problemas con el alcohol y llevaba un lustro al borde del naufragio. Tras ingresar en una clínica de desintoxicación y pedir dinero a sus fans para hacer frente a las facturas hospitalarias –otro músico norteamericano sin seguro médico que se marcha antes de tiempo–, Molina vivía en una granja de Virginia Occidental cuidando gallinas y ovejas, buscando la manera de encontrar de nuevo esa paz o ese abismo que a él le permitía escribir –su última grabación, el EP “Autumn Bird Songs”(Graveface, 2012), no contenía canciones nuevas–.  No le dio tiempo: el sábado 16 de marzo fallecía en Indianápolis por una parada cardíaca.

Mucho tiempo atrás, en 1995, se publicaba el single “Nor Cease Thou Never Now”, su primera referencia bajo el amparo de Palace Records, el sello de Will Oldham, y con el nombre de SONGS: OHIA. Sobre la breve y malograda relación entre ambos compositores existe cierto misterio: parece que el padrino se enfadó con el joven por no mencionarlo como influencia musical en una de sus primeras entrevistas: “He estado escribiendo y grabando canciones desde los 13 años”, le confesaba a Jesús Llorente en una entrevista publicada en Rockdelux en 1998, antes de su primera visita a Barcelona: “Mi debut contiene canciones de los años 1989 y 1990. En aquella época mi vida era un jodido caos emocional y me sorprende que entre toda esa mierda fuera capaz de componer. Aquellas canciones son más antiguas que cualquier cosa publicada por Will Oldham”. El resto de sus referencias saldrían con Secretly Canadian: sello y artista se aliaron en lo físico y en lo espiritual a partir de una tarde en Nueva York, cuando firmaron un contrato de esos que nacen en un apretón de manos.

Songs: Ohia es básicamente Molina con músicos cambiantes y una misión: si el folk ha tratado siempre de dar luz sobre cómo es la vida de las gentes sencillas, Molina decidió meter las manos en el fuego. Al escuchar canciones como “Coxcomb Red”, “Leave The City”, “Just Be Simple”, “Ring The Bell”, “The Body Burned Away” o “Captain Badass”, por citar algunas de madrugada, uno percibe la coherencia individual de un bluesman auténtico. De las llanuras eléctricas como el hijo aventajado de Neil Young con su otro proyecto, MAGNOLIA ELECTRIC CO. o lo que tenía que venir después del blues, uno comprende su amor por la electricidad y el ruido: sus inicios musicales fueron como bajista versionando a los Ramones e idolatrando a Black Sabbath. “Para mí no hay diferencia entre los distintos proyectos: para mí todo es lo mismo, son mis canciones y la gente que las rodea”, declaraba en 2007 a la revista ‘Rolling Stone’. Aunque para descifrarlo, nada mejor que el disco que publicó en 2006 bajo su nombre de pila y el único con una foto suya como reclamo (casi primer plano) en portada. “Let Me Go, Let Me Go, Let Me Go”(Secretly Canadian) es minimalista y va sobrado de dinámicas espectrales y de dobles vacíos, tarea en la que, aunque ya no pueda insistir en ello, es buscador exagerado y perfecto. Lo razonable es hablar en presente todo el tiempo, puesto que su música está viva y ahí quedará por siempre.

¿Cómo debemos valorar su música después de que haya servido para expresar un dolor tan profundo que a él pudo llevarlo a rechazar de pleno la vida o, quizá al contrario, a querer sentirla en un exceso? Ante los extremos, parece imponerse el silencio, una escucha plácida y crepuscular de su extensa obra. Lo cósmico, como mencionáramos antes haciendo uso de una anécdota holandesa, parece importante en su música, tanto como lo íntimo. La trascendencia sucede de ese encuentro. En el mapa de los horóscopos que acompaña “Sojourner” (Secretly Canadian, 2007), la caja especial de Magnolia Electric Co., uno parece entender que para él el medio oeste son esas llanuras extremas de las fotos de Robert Adams desde las que “ver bien las estrellas”. Gracias.

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