lunes, 26 de enero de 2015

GENE CLARK Y "NO OTHER": ÉL ERA EL COSMOS

Enrique Martínez
Feedback-zine, febrero 2004


Si la industria discográfica, desde los lejanos tiempos del golpe de cadera de Elvis, ha avanzado a base de “hype” más o menos hueco (muchos dudaron de que debajo de los flequillos de los Beatles se escondiera algo de peso), después de largos años de reciclaje, modas caducas y revival más o menos disimulado, uno comienza a tener la impresión de que existe una nueva e insospechada forma de “hype”: el de las reediciones. Las maquinarias promocionales de las compañías comienzan a trabajar con sumo interés una parcela que durante años no pasó de ser un trámite sin mayor historia ni esfuerzo. Ahora todo se trata con mimo, las revistas musicales se pueblan de anuncios y comienzan a distinguir por un lado “el disco del mes” y por otro “la reedición del mes”. Y del mismo modo que se intenta promocionar nuevos artistas, ahora se pretende también rescribir la historia y crear nuevos clásicos. Discos más o menos enterrados, más o menos olvidados en su momento, y que se transforman por arte de transferencia digital y “liner notes” en los nuevos Santos Griales de eterna juventud.

En realidad el revisionismo reivindicativo viene de muy lejos, desde el momento en el que un enorme fracaso comercial se ha convertido con el tiempo en uno de los discos más influyentes de la historia, como puede ser el debut de la Velvet Underground. Y como la crítica musical siempre ha sido ese prodigio de ceguera colectiva que conocemos, es probable que en ocasiones crítica y público coincidiesen también a la hora de equivocarse. Por lo tanto, las oportunidades de rescate de grandes obras deben estar ahí. Frente a ellas siempre nos queda esa desconfianza casi innata ante los manejos de esta tramposa industria, que ha decidido que la relación inversión-beneficios siempre es una cuestión de escala y que así ha descubierto un nuevo filón debajo de sus propias dormidas (y doloridas) posaderas.


Todo esto viene a cuento para aclarar desde el principio que cuando servidor pase a glosar las excelencias del álbum que nos ocupa, lo está haciendo desde el espíritu crítico, dispuesto a desmarcarse de doctrinas oficiales si fuera el caso. Por eso si digo que “No Other” es una obra maestra perdida, un disco único en su especie, y que cualquier clase de alabanza sobrevenida que se haya podido leer u oír a raíz de esta nueva y exuberante reedición por Rhino, está sobradamente justificada, lo digo desde el convencimiento. Gene Clark, cuyo malogrado e inmenso talento debe ser ya conocido por todo seguidor de The Byrds, de los que fue su reticente líder y principal compositor en su primera etapa, es uno de esos genuinos malditos, uno de aquellos reyes exiliados que lo pudieron tener todo, y lo echaron a perder. Esa aura de malditismo que le ha acompañados sin embargo no ha resultado completa y suficiente, pues (duro como suena, es la verdad) no murió lo suficientemente joven ni dejó un tan bonito cadáver. Por lo que no ha alcanzado el “estatus” que otros compañeros generacionales de talentos similares (tal vez menores) como Gram Parsons, sí gozan.

Pionero del country-rock en sus primeros trabajos tras abandonar The Byrds, con los Gosdin Brothers, compositor luminoso, cantante excepcional, fue su propia incapacidad para adaptarse al negocio, y al estilo de vida insalubre que se cocía en las alturas del rock californiano, la que lastró y condenó finalmente su carrera. Por este accidentado camino fue dejando un selecto puñado de canciones y obras mayores, de las que una de las más extrañas y mejores es “No Other”. Clark, que no había conseguido arrancar su prometedora carrera en solitario tras abandonar los Byrds, recibió en 1973 la interesada ayuda de David Geffen. El avispado magnate, dispuesto a aprovechar su talento y la oportuna coyuntura de explosión del country rock californiano comandada por The Eagles y Jackson Browne, creía tener una carta ganadora entregando a Clark un presupuesto amplio y todos los medios del mundo. Así Clark se embarcó, con la asistencia de Thomas Jefferson Kaye, en la creación de una visionaria superproducción, en unas sesiones carísimas, sobrealimentadas de cocaína, y finalmente interrumpidas desde un sello, Asylum, que obliga finalmente a Clark a reducir el proyectado doble álbum a los ocho cortes publicados definitivamente.

A juicio de muchos entonces, debido al barroquismo extremo de “No Other”, en el álbum las cualidades de las transparentes melodías de Clark parecían perderse en el bosque de instrumentos y voces. Kaye y Clark se dejaron llevar sin ataduras, partiendo desde una acumulación de cuerdas, percusiones y primitivos sintetizadores Moog, que añadían aún más capas a una ya nutrida presencia de la flor y nata de los músicos de sesión americanos (Jesse Ed Davis, Leland Sklar, Butch Trucks, Russ Kunkel, Joe Lala, el Byrd Chris Hillman...) pasando por unos inopinados coros gospel sorprendentemente situados en canciones de country rock que por momentos cogen estratosféricos vuelos épicos, el disco era excesivo desde cualquier punto de vista. Aquello sonaba a una fusión incomprensible de country rock, pop psicodélico, soul e incluso funk y jazz eléctrico, envuelto todo en un dopado halo de misticismo Zen californiano. Auténtica música cósmica americana, en palabras de Gram Parsons. O el “Motown Cósmico” que afirmaban proyectar Kaye y Clark. Y ante la casi lógica renuncia del sello a gastarse un centavo más en promocionar aquel extraño artefacto, de extravagante portada colorista “Art Decó” y con Clark disfrazado de Rodolfo Valentino en la contraportada, “No Other” se hundió sin remedio en las listas, tal vez esperando mejor suerte en el futuro.


Llegado este momento actual de completa bonanza para todo aquello que huela a country rock, el gran álbum perdido de uno de sus ilustres pioneros se muestra finalmente como una de las obras más personales y distintas de la historia del género. Reeditado ahora con la compañía de las maquetas de la mayoría de los cortes del disco, algo que permitiría conocer definitivamente el sustrato oculto, y para algunos corrompido, de las canciones, “No Other” está así dispuesto para su reevaluación, y eventual rescate.

En un plano teórico “No Other” lo tiene todo en su contra. A primera vista es el producto arquetípico de una época tradicionalmente vista como nefasta. El final de la edad de oro de la contracultura y el comienzo del reinado de los dinosaurios, del aposentamiento en la F.M de una música cómoda, un nuevo “easy listening” que pacta con el sonido de la América más conservadora, el country, y sobrevive tranquilo así durante décadas ajeno a las modas. Y en ese contexto es en el que surge la nueva obra de una vieja gloria de los sesenta venida a menos, drogada y consentida en el estudio de grabación, en pleno ataque de dopado misticismo pre – New Age. De lejos, todo huele a podrido. Es por ello que la victoria artística que supone “No Other” resulte más increíble, y su carácter aún más personal.



Puede ser cierto que el sólido esqueleto de las canciones quede ahora verdaderamente de manifiesto en las versiones alternativas, mucho más desnudas, que Rhino nos ofrece en esta reedición. Pero, en realidad, no son superiores a las publicadas en su momento, sí acaso muchos más convencionales. Es verdad que la belleza inmaculada de unas melodías como las de “From a Silver Phial” o “Some Misunderstanding” no requieren más para brillar que lo que recibe en su resplandeciente demo. O que tal vez parte de la tensión instrumental que se capta en la de “No Other” esté ausente en la definitiva. Pero se me antoja que de haber optado Clark por este tratamiento más tradicionalista y conservador, “No Other” no pasaría de ser un disco excelente, pero para nada el objeto único que es. El hecho de que la producción (que llevó a considerar este disco como el “Sgt. Peppers” del country rock) consiguiese plasmar la escala cósmica a la que pretendía moverse Clark, es lo que convierte a “No Other” en una rara avis. Las canciones para Clark en la mayor parte de su carrera nunca fueron el problema, sino más bien el acabado producto de una caligrafía clara y redonda, de una voz nítida y siempre, por alucinada que pareciera, sincera. Transparencia íntima que estaba también presente en “No Other” para el que quisiera buscarla, sin tener que hacer tampoco demasiados esfuerzos.

El arrepentimiento de un Clark que, como Young reconoce haber estado orinando contra el viento (“Solía tratar a mis amigos como si fuera más que un millonario/ gastándome los grandes como si me los pudiera fundir/ pero lo que vuela alto con certeza tiene que bajar/ tan sólo sube la escalera y te dirigirán hacia abajo/ a la realidad de lo que estás haciendo”) presente en “The True One”, nos lleva a una visión escrutadora y poco indulgente de la realidad circundante. En “The True One” Clark trata de encontrar, de aprender a detectar la clase de amor que resuelva la parálisis vital que conllevan tantas preguntas sin respuesta.

Finalmente emerge así la respuesta que se lleva buscando. “Lady Of The North”, rescate de un viejo tema propio escrito a medias con su amigo Doug Dillard, plantea la desencantada hipótesis de que ese momento sublime que ha buscado en el nudo del disco, en realidad ya fue, y no se pudo (o quiso) retener. Fue aquel amor tan perfecto que alcanzó tintes místicos, y del que se nos canta en pasado. Aterrizamos así en la cruda realidad. Tal vez más sabios, pero no más felices.


Así encontramos en “No Other” el desconocido nexo de unión entre las sinfonías introspectivas de los grandes popes del soul de la época y aquella desacreditada escena country rock, heredera tanto del movimiento psicodélico y del folk rock de cantautor. Un extraño “What’s Going On” desde ese Laurel Canyon repleto de estrellas. Igual de místico y de visionario en lo sonoro, pero producto de una escena que, en sentido inverso a la de la música negra, había pasado de la reivindicación revolucionaria a un desencantado ensimismamiento, quemando billetes y enrollándolos, intentando así levitar para no pisar un mundo que no pudo cambiar. Un viaje de vuelta que se cruza con un viaje de ida. Y de aquél es un muy personal cuaderno de bitácora “No Other”.

Un disco tan único como su propio título indica, la clase de obra maestra que sale de debajo de la piedra más insospechada. Un disco que, y aquí nos ponemos solemnes y asumimos lo que decimos, debe estar desde ya en ese panteón de dolidas obras maestras rescatadas a destiempo. Allí, con todos los “Foreverchanges”, “Sister Lovers” y “Pink Moon” de este mundo. Donde habita la grandeza oculta del ser humano puesto en la estacada. Donde haber estado en el lugar equivocado y en el momento menos oportuno se convierte en una circunstancia menor cuando se ha dejado una marca tan falsamente discreta como verdaderamente indeleble. Marca que espera que alguien, alguna vez, le preste la atención que siempre ha merecido. Ahora, ese alguien puedes ser tú.

sábado, 24 de enero de 2015

GENE PARSONS. “KINDLING” (1973). Un tesoro oculto del country rock



Gene Parsosns es conocido por haber sido miembro de la formación más tardía de los Byrds (cuando Roger McGuinn era el último "pájaro" original que quedaba) además de por haber ideado el "b string bender", un mecanismo para estirar la segunda cuerda de la guitarra eléctrica (en su caso una Fender Telecaster) y hacerla sonar como una pedal steel. De hecho, hoy día Parsons todavía ofrece sus servicios como luthier a través de su página web para instalar el ingenioso mecanismo en cualquier guitarra eléctrica o acústica (no es necesario que sea una Telecaster). Menos conocido  es el hecho de que grabara un disco en solitario que es un auténtico tesoro oculto del country rock.

Fender Telecaster con "b bender".

Mayormente un disco acústico, Kindling (o sea, "astillas"), que muestra a Parsons en el tajo cortando leña, representa la quintaesencia del folk rock americano. En él, Gene Parsons muestra sus habilidades como multi-instrumentista (toca la guitarra, el bajo, la armónica, el banjo, la percusión y además canta) a la vez que se lo pasa en grande tocando con algunos de sus amigos como Clarence White, también miembro de The Byrds (a la mandolina y la guitarra), o Gib Gilbeau (al violín y la guitarra rítmica), quien formaría con Parsons los Nashville West antes de que este último fichara por los Byrds. Y el resultado, como cabe esperar, es espectacular.



Probablemente la canción más memorable es la que abre el álbum, "Monument". "Monument" es una exaltación de las cosas simples y de la vida rural envuelta en atractivos rolls de banjo. El disco se desliza a terrenos más psicodélicos con el siguiente tema, la etérea "Long Way Back", una pieza de folk ácido adornada con la deslizante Telecaster con "b string bender" de Parsons. Con "Do Not Disturb" Gene vuelve al banjo esta vez tocado en el estilo más rítmico y primitivo, el clawhammer style, y añade al conjunto unos gorgoritos tiroleses. Con "Wiilin'" Parsons se adentra en el territorio de las baladas y demuestra que no se le dan nada mal los temas lentos. Repite la misma jugada con "I Must Be A Tree", donde hace sonar otra vez su gimiente Telecaster así como con el tema final,  "And Back Again", que tiene un aire a lo Chris Bell (Big Star), con un sintetizador de fondo y una mandolina que ponen el tema a punto de caramelo.


Algo más folclórica es "Take A City Bride", recreación de la música "cajun" de la Louisiana que, de hecho, es cantada parcialmente en francés. Es de suponer que su amigo "cajun" Gib Gilbeau tuviera algo con ver con ello. También tiene aires del bayou country "On The Spot", donde Parsons nos muestra sus habilidades con la armónica. Por su parte, "Banjo Dog", también instrumental, es una muestra de alegre bluegrass de los Apalaches interpretado con banjo, mandolina y violín. También es evidente el guiño al bluegrass en "Sonic Bummer", donde destaca el gran trabajo hecho con el violín por Gilbeau. Finalmente, "Drunkard's Dream", remite al honky tonk más hondo y sentimental, al estilo del gran Hank Williams.



Solo pondría una pega a esta colección de joyas del country rock: su corta duración. Y es que Los 27 minutos y 7 segundos que dura este LP le saben al oyente a muy poco. Y tras la primera escucha uno no puede por más que reproducirlo otra vez y otra y otra y otra...

lunes, 12 de enero de 2015

NORMAN BLAKE. "BACK HOME IN SULPHUR SPRINGS" (1972). Testimonio del virtuosismo de un "baroque hillbilly"


Nada que ver con su tocayo el cantante de Teenage Fanclub. El Norman Blake del que voy a escribir es norteamericano de Georgia y empezó su carrera musical a principio de los 70. Precisamente, Back Home In Sulphur Springs es su primer disco, un disco con un título que hace referencia a su lugar de nacimiento en el sur de los EE.UU. Habitualmente encasillado bajo la etiqueta de "bluegrass", Blake es un excelente guitarrista y mandolinista, extraordinariamente diestro con la púa plana, cuya música va más allá de dicha etiqueta. Es más exacto hablar más genéricamente de un músico de folk americano, aunque a veces haya hecho incursiones en campos adyacentes (por ejemplo, el rock acústico o, incluso, el folk rock ácido).



Back Home In Suphur Springs es una auténtica joya de la música acústica de raíces norteamericana. El virtuosismo con la púa de Blake (es único rasgando y punteando a la vez, de tal manera que parece que hay dos guitarras tocando) lo hace una pieza de folk inolvidable. Blake da un vigoroso repaso a tonadas tradicionales como "Little Joe", "Cattle In The Cane", "Bringing In The Georgia Mail", "Bully Of The Tow", "Done Gone", o "Spanish Fandango". En todas ellas la púa de Blake se desliza por las cuerdas como un consumado acróbata confiriendo a los temas una energía inusitada. Junto al virtuosismo a la guiatarra acústica de Blake hay que nombrar a otro gran músico, Tut Taylor, que se encarga de tocar el cuello de botella con su "dobro". 

Pero además también el disco incluye un buen puñado de enormes temas propios. El más memorable de ellos es "Randall Collins", una historia de ambiente ferroviario en el sur de los EE.UU., tiene de aire de banda sonora de western con ese increíble martilleo en los bajos de la guitarra a la vez que suena un rasgado de ritmo inequívocamente vaquero. Otro tema memorable de los de cosecha propia es "Down Home Summertime Blues". En él se recrea el mejor blues folky con una slide guitar que quita el hipo. También brilla con luz propia las slides de "Ginseng Sullivan", otro tema evocador del costumbrismo de su querido sur.



Mención especial merece el instrumental "Warp Factor No. 9" porque incorpora toques de jazz y de folk rock psicodélico al bluegrass tradicional y justifica que tanto Norman Blake como su amigo el banjista John Hartford fueran tildados por los puristas del género como "baroque hillbillies". Lo dicho: algo más que virtuosismo bluegrass, aunque ya el virtuosismo de este "flatpicker" justificaría de sobra la escucha del disco.

Trío de ases: John Hartford, Norman Blake y Tut Taylor.